En un jardín secreto, oculto entre las sombras de la noche, crecían las más hermosas rosas negras. Su color era tan profundo que parecían absorber la luz de las estrellas, dejando a su alrededor un velo de misterio.
La luna, curiosa por tal belleza, descendía cada noche un poco más, bañando a las rosas con su luz plateada. Las flores, agradecidas, desplegaban sus pétalos al cielo, como si intentaran acariciar a su amiga celestial.
Con el tiempo, la luna y las rosas forjaron una amistad única. La luna les contaba historias de los vastos cielos y las estrellas lejanas, mientras que las rosas le susurraban secretos del viento y la tierra.
Una noche, la luna decidió quedarse para siempre junto a sus amigas las rosas. Se transformó en una perla brillante y se posó delicadamente sobre una de ellas. Desde entonces, cada rosa negra del jardín lleva en su centro una perla de luna, símbolo eterno de su unión bajo el manto estrellado.